El Comercio

El comercio y el Paseo

El Paseo de Almería siempre ha sido un lugar de negocios y de esparcimiento, por lo que desde sus inicios, el comercio ha formado parte de esta arteria principal de la ciudad y de sus calles aledañas.

Ninguna zona de Almería podía competir en oferta con el Paseo de Almería hasta la llegada de los hipermercados a la ciudad, si bien el primero de ellos se construyó en el propio Paseo. Fue  Simago en el año 1966, en “rascacielos” de nueva construcción (Edificio Géminis) en el solar en el cual anteriormente se situaba el Hotel Simón, construido en 1.909. Simago era un gran centro comercial en el que se podía comprar alimentación, textil y bazar, y cuya llegada fue una revolución en la ciudad. Actualmente corresponde al “Carrefour Express”.

Todavía quedan algunos de los antiguos negocios en el Paseo de Almería, si bien es cierto que las multinacionales han copado muchos de los espacios comerciales de El Paseo de Almería. Entre los negocios con más solera nos encontramos con Calzados Plaza Suizos, un negocio con más de 110 años de historia, la confitería La Dulce Alianza fundada en 1.888, la Joyería Regente de principios del siglo XX o el famoso kiosco de las pipas de los años 50 del pasado siglo.

Otro de los negocios importantes fue Marín Rosa, un negocio que comenzó en la década de los años 30 en la calle de Las Tiendas, que continuó a partir del año 1945 en el Paseo de Almería y que culminó en el año 1964 en el que se levantó con centro comercial, con 4 plantas diseñado por el arquitecto Góngora Galera. El negocio cerró finalmente en el año 2018, pero su historia y su edificio siguen en pie.

Podemos ver también desde aquí (aunque no pertenece al Paseo de Almería), el acceso al Mercado Central, edificio diseñado por el arquitecto Antonio Martínez Pérez en 1892 y ejecutado por Trinidad Cuartara. Las obras terminaron en 1897 y que es un destacado ejemplo de la arquitectura del hierro en la ciudad y de la importancia comercial de la zona.

Bibliografía:

Eduardo Pino.

Simago, primer centro comercial de Almería

El Paseo, su vida y sus negocios

Para los que veníamos de los barrios, ir al Paseo era un acontecimiento extraordinario, atravesar la frontera de lo cotidiano, dejar atrás nuestras calles polvorientas y nuestra ropa de diario y entrar en un territorio donde reinaba el perfume de los días de fiesta: las luces de los escaparates, la gente mejor vestida, el rumor constante de los veladores de los cafés, el cruce de miradas de aquella eterna pasarela donde todo el mundo se encontraba. Para ir al Paseo nos vestían de limpio, nos repasaban los zapatos con una mano de Kanfort y nos peinaban con brillantina aunque fuera un lunes cualquiera. El Paseo te examinaba, te pasaba revista y nuestras madres se empeñaban en que fuéramos “como Dios manda”.

Había una estampa que se repetía en las largas tardes de los veranos de entonces: al atardecer, el camión de la regadora pasaba refrescando el Paseo, mientras en los bares  los camareros mojaban las aceras y limpiaban las mesas preparando la llegada de los clientes. Los domingos por la tarde era imposible encontrar un hueco en un café y el Paseo era un río interminable de gente de todas las edades que no tenía otra distracción que mostrarse allí donde estaba la vida. No es de extrañar que las dos aceras estuvieran sembradas de negocios.

Bajando por la acera derecha aparecía la muy antigua papelería Lacoste;  la tienda de tejidos Villa de Lyon; el bar Alcázar con sus mesas preparadas en la puerta; la zapatería Plaza-Suizos con las últimas novedades en las vidrieras; Novedades y Confecciones Gómez, que anunciaba los precios más baratos de Almería; la confitería La Dulce Alianza;  la papelería librería Goya, que tenía otra entrada por la calle Concepción Arenal; la joyería y óptica del señor Apoita, donde revelaban los carretes de las fotos; la casa de música de la Viuda de Sánchez de la Higuera, con su altavoz a la calle y su escaparate donde mostraba aquellos tocadiscos de la marca Philips con los que se organizaban los guateques caseros; el estanco de los Algarra, que nunca estaba vacío; el Café Español, donde se formaban las colas para las entradas de los toros; los ultramarinos de Gervasio Losana, con sus espléndidos escaparates que daban la vuelta por la calle de Castelar; el Hotel Simón, que junto a la tienda de Gervasio desapareció en 1965 para levantar el edificio de diez plantas donde se instaló Simago; el Banco Central; la Biblioteca Villaespesa, que ocupaba el primer paso al lado de la Heladería la Italiana; el Banco Español de Crédito que con el reloj de su fachada marcaba la hora de los paseantes, frente al mítico kiosco donde tocaba la banda de música, un escenario con aire de otro siglo que desapareció en 1969; la esquina de Radio Sol; el Café Colón, que todavía conservaba parte de sus antiguos esplendores, con su salón de futbolines y billares donde los jóvenes dilapidaban su tiempo libre organizando campeonatos donde siempre ganaban los mismos; los almacenes Escámez; la tienda de electricidad de Viciana; el Banco de Bilbao, antes de trasladarse a su actual ubicación frente al kiosco de las Pipas; los electrodomésticos de Aznar, donde se exhibían los primeros frigoríficos de la marca Edesa que causaron furor en el verano de 1963; y más abajo, donde ya escaseaban los negocios, los edificios del Círculo Mercantil y el Casino.

El Casino merece un capítulo aparte por las atractivas verbenas que organizaba en las noches de verano, que reunían en el Paseo a los muchachos y muchachas más elegantes de la sociedad almeriense. Por aquellas fechas, los responsables del Casino hicieron importantes reformas para mejorar las instalaciones y dotaron a su terraza de un bar, que desde entonces se convirtió en uno de los rincones preferidos por los hombres. Durante años, la responsabilidad del ambigú corrió a cargo del empresario almeriense Gabriel Oyonarte, que entre sus muchos éxitos estuvo el poner de moda los bocadillos calientes de ternera a la plancha. A partir de las doce empezaba de verdad el baile, cuando aparecía en escena la orquesta de primera categoría y en la terraza no había un solo metro libre.  Aquellas madrugadas no tenían edad, siempre que se hubiera superado la barrera de los dieciocho años. Los padres acudían también a la fiesta para vigilar de cerca a sus hijas y para tratar de rescatar, de paso, la  belleza que se les quedó atrás, perdida en aquellos salones de su juventud donde intercambiaron sus primeras pasiones, siempre con el debido recato.

La otra acera del Paseo, la que bajaba por el margen izquierdo, ofrecía un abanico distinto de negocios y un ambiente diferente. Allí estaba la Oficina de Turismo; la perfumería Imperio que inundaba de olores aquel tramo de avenida; el bar Los Espumosos, donde olía a café y a churros; el gran bazar de La Giralda, con sus escaparates cambiantes según la temporada; la tienda de confecciones Toledo; las novedades de El Águila, que en diciembre se llenaba con los mejores juguetes; la primera tienda de Bazar Almería, antes de que don Mario Torres se la llevara al nuevo edificio que en 1967 levantó en la esquina con Navarro Rodrigo; la oficina de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad; la Joyería Regente, con sus escaparates sembrados de relojes y oro; la tienda antigua de Confecciones Avenida, donde después se instaló el gigante de Marín Rosa, con sus seis plantas en la esquina de la calle de la Plaza, que constituyeron un acontecimiento en la ciudad, sobre todo cuando se organizaron los primeros desfiles de modelos; la tienda de Abolengo, con sus artículos de regalo; el estudio de Luis Guerry, con su escaparate lleno de retratos de niños de comunión y parejas de novios; la Joyería Miras; el portal donde vendían el turrón; la zapatería del Buen Gusto; los almacenes de tejidos La Verdad; el bar Castilla; la confitería Victoria y enfrente, el kiosco de las pipas calientes que en los años sesenta se llamaba Las Delicias, y el concesionario de Luis Contreras, donde vendían la Moto Guzzi.

Entre tanto negocio, ninguno tan demandado por los niños como el de Almacenes El Águila en los días previos a los Reyes Magos, y la tienda de la Giralda, que en aquellos tiempos vivía sus días de mayor esplendor. La Giralda, que había abierto sus puertas en el corazón del Paseo en el año 1923, que había sobrevivido a la guerra civil y que en los años más difíciles de la posguerra salió adelante gracias a los artículos a bajo precio que los dueños traían directamente de las fábricas de Cataluña, encaró la recta final de los años cincuenta instalada entre los comercios más importantes de Almería. En 1955 ‘La Giralda’ había renovado sus instalaciones, poniendo a disposición del público un hall con espléndidos escaparates que se convirtieron en el mirador de varias generaciones de niños que alimentaron su imaginación soñando con los fantásticos juguetes que todos los años, por diciembre, colocaban de forma estratégica detrás de las vidrieras. Todas las temporadas, por septiembre, el señor Molina hacía la maleta y se iba a recorrer las ferias del juguete que se organizaban en Valencia y Alicante. Cuando llegaba diciembre, los escaparates de ‘La Giralda’ se transformaban en un escenario fantástico para los niños: el caballo de cartón que era el juguete imposible de los pobres; las muñecas que parecían las hermanas pequeñas de las niñas; el tren eléctrico detrás del que se fugaban las miradas ingenuas de los más pequeños; los primeros balones de reglamento que se vieron en Almería; los fuertes de madera asediados por los indios; los castillos medievales con sus torres y banderas. Aquellos domingos de diciembre, cuando era costumbre salir a ver escaparates, las familias hacían colas para poder ver las vitrinas iluminadas de ‘La Giralda’ y descubrir qué sorpresa ofrecía esa temporada. Porque uno de los grandes secretos del éxito del establecimiento fue su capacidad para asombrar a los niños con esos nuevos juguetes que convertían la tienda en un auténtico bazar de las sorpresas lleno de magia y fantasía.

Todavía, en los primeros años sesenta, el Paseo era también la avenida principal de las grandes casas burguesas que embellecían la ciudad. Su presencia parecía incuestionable hasta que en el Pleno Municipal del 22 de junio de 1962 se aprobó la modificación de la altura en las nuevas edificaciones, con el pretexto de un mejor aprovechamiento del suelo urbano, lo que significó el primer paso para el inicio del derribo de auténticas joyas urbanísticas para levantar sobre sus solares desastrosos rascacielos que fueron minando el corazón de la gran avenida. La primera construcción que se puede considerar moderna, que se levantó en el Paseo, fue el edificio del Hotel Costasol, que empezó a ejecutarse a comienzos de 1960 y fue inaugurado en agosto de 1963. Contaba con cinco plantas y una llamativa fachada de acero inoxidable y granito de color verde que rompía la estética predominante hasta entonces en la avenida principal de la ciudad.

Eduardo Pino